Abrió los ojos en el primer suspiro del día y no vio nada. Salió a la ventana y lo vio todo, o lo que al menos para ella lo era todo. Él. Quiso abalanzarse como una loca empedernida de esas que aparecen en las películas, que se escapan en pleno amanecer y vuelven antes de que alguien se de cuenta. Pero había sufrido tanto aquellos últimos días que ante aquel instante de felicidad sintió miedo. Cerró la ventana mientras suspiraba y volvió a dormirse. Pero él se dejaba la vida por simplemente tener su aliento cerca. Así que se convirtió en el loco empedernido que ella no se atrevió a ser, sus ganas de comérsela a besos se lanzaron sobre la puerta y cuando la tuvo delante, dormida, como la niña que era antes de crecer a su lado, la cogió. La acercó hacia él y la besó de tal manera que, con ese simple contacto, el miedo y la locura se transformaron en un bonito amor. Se enamoraron como cuando te quedas dormido: primero lentamente, y luego rápidamente.
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